Miradas desde la periferia

Nov 21, 2023 | Opinión

Apuntes autobiográficos

Soy Ángel Chávez y desde los dieciocho años, edad en que ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, soy militante comunista. Mi infancia transcurrió en Ecatepec, Estado de México, crecí en la periferia de la CDMX, en una pequeña colonia donde la mayoría de las personas se ganan la vida con mucho esfuerzo y aun así viven al día, como casi todos en este país. Siempre vi a mi familia levantarse temprano para trabajar, veía el cansancio en sus cuerpos y la extenuación en sus rostros, fue así como aprendí la cultura del trabajo: para vivir hay que trabajar.

Con el paso de los años conviví con otras personas en otros lugares, y frecuenté otros entornos, la desigualdad social se me hizo evidente, ¿por qué si mi familia trabajaba mucho no vivíamos de forma más cómoda como otros? ¿por qué mi familia siempre debía estar cansada y tener poco tiempo libre? ¿por qué había otras personas que tenían aún menos? Me daba cuenta de esto, y pensaba que yo al menos iba a la escuela, pero había niños que no terminaron la secundaria, otros que solo estudiaron la primaria, otros que no fueron más que un par de años.

Si alguien piensa que en México todos los niños van a la escuela, es que desconoce el México marginado, y tanto en las zonas rurales como en las colonias obreras, existen condiciones de vida similares a las que engendraron la Revolución Mexicana.

Mientras más evidente se me hacía la desigualdad social, más me interesaba obtener respuestas, y mi familia no podía dármelas, pues no eran personas relacionadas con la política de izquierda o el marxismo, es más, ni siquiera participaban de movimientos o luchas sociales, tampoco de organizaciones políticas.

Mi padre inició sus estudios universitarios, pero no pudo terminarlos, y mi madre solo concluyó la secundaria. Sobre la política de izquierda y el marxismo, poco o nada sabían, pese a ello, su proceder siempre fue humanitario, eran parte de las redes de vínculos de solidaridad y reciprocidad que surgen entre los que poco tienen y deben subsistir, la fraternidad de clase que se da en las vecindades de los barrios de trabajadores.

Las respuestas para explicar la desigualdad que me ofrecieron cuando era niño no me parecieron convincentes, ni la versión de un Dios colérico que castiga o la del Dios bondadoso que pone a pruebas a sus criaturas. Tampoco me parecía que la cuestión se explicara por el mayor o menor esfuerzo de las personas, pues en la colonia yo veía que aun los que mucho trabajaban siempre tenían carencias, y entre los vecinos corrían noticias de obreros y albañiles que había muerto de un paro cardiaco, casi siempre era gente que a los sesenta y tantos años seguían trabajando por necesidad.

Afortunadamente nací en modo preguntón, y antes de resolver qué hacer con mi vida, requería saber cómo explicarme la serie de dramas que vivían las gentes en mi casa, mi calle, mi colonia y en todas las colonias similares. Desde niño tener respuestas me interesó más que resolver como podría hacerme rico para cambiar de forma inmediata mis condiciones de vida, pues pensaba que si resolvía mi situación aun así seguirán existiendo niños que vivirían en barrios como el mío, con carencias iguales o peores a las que experimento mi familia. Por tanto, seguí buscando respuestas para explicarme la situación que se vivía en una colonia marginada de la periferia.

Las respuestas llegaron cuando cumplí quince años. Al entrar al bachillerato conocí el marxismo, más que por mis clases, fue por lo que pregunté a los profesores fuera del salón y por un grupo de estudio de marxismo, que dejé luego de pocos meses, pues no se leyó más de un texto de Marx. En todo caso recuerdo esa época como el despertar de mi consciencia, recuerdo las tardes que pasaba en la biblioteca del Colegio de Ciencias y Humanidades de Azcapotzalco revisando los libros de marxismo, leyendo sin más orientación que mi instinto de clase.

Aún recuerdo la sensación de mis primeras lecturas del Manifiesto del Partido Comunista, El origen de la familia la propiedad privada y el Estado de Engels, el grueso tomo de Editorial Progreso de empastadura gris, de las Obras escogidas de Marx y Engels, que compré por cincuenta pesos. Recuerdo luego la forma en que descubrí el genio de Lenin al leer El Estado y la revolución, libro que compré el tianguis por solo diez pesos, y porque ubiqué que era de las publicaciones de Ediciones en Lenguas Extrajeras de Pekín. De una manera muy similar llegó a mis manos Fundamentos del Leninismo.

Este breve recorrido de como llegué al marxismo se complementará a lo largo de la serie de textos que se publicarán semana con semana en México Insurgente. Esto no se plantea como un ejercicio ocioso, sino que tiene el objetivo es explicar la forma en que un joven nacido en 1991, justo cuando se había dado el triunfo de la contrarrevolución en la Unión Soviética e iniciaban la moda de declarar el fin de la historia, las ideologías y hasta de la clase obrera, pudo llegar al marxismo y convertirse en un militante del Partido Comunista de México.

Que alguien nacido al momento que desaparecía la Unión Soviética tome la bandera del comunismo demuestra que el marxismo-leninismo es una doctrina viva y con el potencial de volver a arraigarse entre la juventud, por su poder de explicar y remediar la situación de pauperización que viven los trabajadores y trabajadoras, la juventud a la que el capitalismo solo le puede ofrecer un futuro lóbrego.

Por medio de la presente columna se presentará un cuadro de la realidad social que se vive la clase obrera en la periferia de la ciudad, para denunciar que la violencia que ejerce el capital en contra de los trabajadores se expresa a diario de múltiples formas, desde la más abierta violencia directa hasta el sometimiento a la precariedad en todos los aspectos de la vida de los explotados.  

Describir la realidad de la sociedad capitalista es ya una denuncia en contra de la misma, pero para un comunista esto es apenas la mitad del trabajo, pues se debe usar la teoría para explicarla, y el marxismo además dota de las herramientas para transformarla. Me refiero al marxismo-leninismo, no al marxismo académico y despojado de su filo revolucionario, el “marxismo legal” en sus múltiples envolturas que van de la mezcla con la “nueva izquierda”, la escuela de Frankfurt, el posmarxismo y demás propuestas que renuncian a la construcción socialista del siglo XX en la URSS. https://n9.cl/hctnu.

Los episodios que se presentarán en este espacio describirán anécdotas de la vida cotidiana de los trabajadores que serán explicados desde hechos pasados y presentes, algunos de mi experiencia personal y otros en los que fui espectador, como me los explico ahora que he podido abrazar el marxismo como cosmovisión de la realidad.

El resultado será una serie de historias cuya lectura de conjunto desembocarán en la conclusión de que por más apabullante y lóbrega que pueda parecer para algunos el presente y el futuro, nuestra vida de hoy es la plena demostración de que es posible y necesaria la transformación radical de la sociedad.

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